Tuesday 14 October 2008
Sunday 12 October 2008
Toda mi vida quise tener una máquina de escribir. Mecánica, no eléctrica. Recuerdo que mi señor padre fue en algún momento el orgulloso poseedor de uno de esos instrumentos, a los cuales los modernos escritores creativos han llegado a denominar obsoletos, dadas las limitaciones que presentan.
Claro que sí: la máquina de escribir implica el uso de una gran cantidad de papel, la imposibilidad de corregir los errores de tipeo en forma inmediata y absolutamente eficaz, ensuciarse las manos con la tinta de la cinta y con el líquido corrector, soporta el incesante repiqueteo de las letras por horas… pero esos papeles estrujados, rotos y manchados resultan cien veces más atractivos que las genéricas hojas impresas en computadora.
Es por eso que todos mis escritos digitales llevarán esta fuente y no otra; de alguna manera, contribuyen a acortar la brecha entre la realidad y mis deseos.
Y al margen de la cuestión, visualizar a Scott Fitzgerald desplomándose, exhausto y completamente ebrio, sobre el blando teclado de una notebook constituiría una verdadera proeza imaginativa…